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La Sombra del Tabernáculo Terrenal

La enseñanza del tabernáculo terrenal y sus sacrificios es una sombra de lo que vendría en Cristo. El lugar Santo y el lugar Santísimo eran espacios donde solo los sacerdotes y el sumo sacerdote podían entrar, respectivamente, y siempre con una ofrenda de sangre. Estos actos no eran para el perdón de los pecados, sino para acercar a las personas a Dios, haciéndoles conscientes de su necesidad de un Salvador. Los sacrificios eran un recordatorio constante de la misericordia de Dios y de la separación entre lo santo y lo pecaminoso. La ofrenda de los primeros frutos era un reconocimiento de que todo proviene de Dios y de nuestra dependencia en Él.  Hebreos 10:1-4: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera, ¿no hubieran cesado de ofrecerse, ya que los que rinden culto, una vez purificados, no tendrían ya conciencia de pecados? Pero en estos sacrificios hay un recordatorio de pecados cada año. Porque la sangre de toros y de machos cabríos no puede quitar los pecados.”

El Sumo Sacerdote Celestial

Jesucristo, como nuestro sumo sacerdote, no necesitó de un templo terrenal para ofrecer su sacrificio. Su entrada en el lugar santísimo celestial fue única y suficiente para obtener una redención eterna para nosotros. Este acto transforma nuestra relación con Dios y nuestra comprensión de la salvación. A diferencia de los sacrificios temporales de animales, el sacrificio de Cristo fue perfecto y eterno, y su sangre derramada en la cruz fue el medio por el cual se obtuvo la redención eterna para nosotros. Hebreos 9:11-12: “Pero cuando Cristo apareció como sumo sacerdote de los bienes venideros, a través del mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta creación, entró una vez para siempre en el lugar santísimo, no con sangre de machos cabríos y terneros, sino con su propia sangre, asegurando así una redención eterna.”

La Sangre de la Vida y Purificación

La sangre tiene un significado profundo en la Escritura; es sinónimo de vida y purificación. La sangre de Cristo, al ser derramada, no solo cumplió con la ley antigua, sino que la superó, ofreciendo una purificación más profunda: la de nuestras conciencias, permitiéndonos servir al Dios vivo. La sangre de Cristo nos limpia y nos acerca a Dios de una manera que los sacrificios del Antiguo Testamento no podían. Hebreos 9:13-14: “Porque si la sangre de machos cabríos y toros, y la ceniza de una novilla rociada sobre los impuros, santifica para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, quien mediante el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?”

El Templo y la Necesidad de Salvación
La reconstrucción del templo terrenal en Jerusalén es un tema de debate y expectativa. Sin embargo, más allá de la controversia, el templo simboliza la necesidad humana de acercarse a Dios y reconocer la necesidad de un Salvador. Este entendimiento debe llevarnos a una reflexión personal sobre nuestra relación con Dios y la gratitud por el sacrificio de Cristo, que nos ha dado acceso a la morada celestial.
Ezequiel 43:10-11: “Tú, hijo de hombre, describe a la casa de Israel el templo, para que se avergüencen de sus iniquidades; y que midan el diseño. Y si se avergüenzan de todo lo que han hecho, hazles saber la forma del templo y su diseño, sus salidas y sus entradas, y todas sus formas y todas sus leyes. Y escribe esto delante de ellos, para que guarden toda su forma y todas sus leyes y las hagan.”

La Pascua y la Obra Redentora de Cristo
La celebración de la Pascua es un recordatorio poderoso de la obra redentora de Cristo. No es una tradición cultural, sino una conmemoración bíblica que nos lleva a reflexionar sobre el sacrificio perfecto de Jesús, que nos libera de la esclavitud del pecado y nos garantiza una eternidad con Dios. La Pascua nos invita a recordar y agradecer por el sacrificio de Cristo, que es central en nuestra fe.
1 Corintios 5:7-8: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis una nueva masa, como sois sin levadura. Porque nuestra pascua, Cristo, ya fue sacrificado. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con panes sin levadura de sinceridad y verdad.”