avivamientophilly

Descubriendo Nuestra Predestinación a la Santidad
Desde antes de la creación del mundo, hemos sido escogidos para vivir en santidad, reflejando la pureza y el amor de Dios en cada aspecto de nuestras vidas. Esta predestinación no es solo un llamado a la perfección, sino un impulso divino hacia una vida que honra a Dios en obediencia y servicio. La santidad, entonces, se convierte en una manifestación diaria de nuestra identidad en Cristo, donde cada decisión y acción está alineada con el carácter de Dios. Vivir en santidad es un proceso continuo de purificación y dedicación, un camino que nos lleva a experimentar una relación más profunda y significativa con nuestro Creador. 
Efesios 1:4-6 dice, “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos dio gratuitamente en el Amado.”

La Comunidad como Espacio de Crecimiento Espiritual
La fe cristiana florece en comunidad, donde cada miembro contribuye al fortalecimiento y purificación de los demás. Este caminar juntos no solo nos permite compartir cargas y victorias, sino que también nos enseña a vivir en amor y unidad, siguiendo el ejemplo de Cristo. La comunidad es esencial para nuestro crecimiento espiritual, ya que proporciona el apoyo y la motivación necesarios para enfrentar los desafíos de la vida y persistir en la búsqueda de la santidad. En este entorno compartido, somos constantemente desafiados a vivir de acuerdo con los principios bíblicos y a ejercer nuestros dones en beneficio de los demás. 

Hebreos 10:24-25 dice, “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”

Empoderados por el Espíritu para Vivir lo Sobrenatural
El Espíritu Santo nos capacita para realizar obras que superan nuestras capacidades humanas, como sanar enfermos y liberar a los oprimidos. Esta dinámica sobrenatural es una parte esencial de nuestra identidad como iglesia, mostrando al mundo el poder y la presencia de Dios en nuestras vidas. A través del Espíritu, somos transformados y habilitados para llevar a cabo la misión divina, marcando una diferencia real en el mundo que nos rodea. Este poder no solo es para momentos extraordinarios, sino para ser manifestado en nuestra vida diaria, ofreciendo esperanza y sanidad allí donde se necesite.

1 Corintios 2:4-5 dice, “Y mi palabra y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios.”

Respondiendo Activamente a la Palabra de Dios
Escuchar la palabra de Dios es solo el principio; nuestra respuesta debe ser activa y transformadora. Esto implica buscar a Dios en oración y permitir que nuestros dones espirituales sean activados para su gloria. La iglesia debe ser un lugar de práctica activa de la fe, donde la enseñanza se convierte en acción y la palabra en manifestaciones concretas de amor y poder divino. Al responder activamente, nos involucramos en un proceso de transformación personal y comunitaria, llevando la presencia de Dios a cada rincón de nuestras vidas. 

Santiago 1:22-25 dice, “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera su rostro natural en un espejo; pues se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.”

Transformación Personal a través de la Intimidad con Dios
La transformación personal es el resultado de una relación íntima y continua con Dios. A medida que nos acercamos más a Él, nuestras vidas reflejan más claramente su amor, su poder y su santidad. Esta transformación no es solo interna; se extiende a nuestras relaciones, nuestro trabajo y nuestro testimonio ante el mundo. Al profundizar en nuestra relación con Dios, somos renovados y fortalecidos, capaces de enfrentar los desafíos de la vida con gracia y sabiduría divinas. 

2 Corintios 3:18 dice, “Y todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”