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Pastor Luis Londono

En mi sermón de este domingo 7 de abril, comencé hablando sobre la naturaleza de la incertidumbre en nuestras vidas y cómo, como hijos de Dios, estamos llamados a vivir más allá de la duda y el temor que a menudo trae el futuro desconocido. Destaqué que, aunque el mundo puede estar lleno de incertidumbre, nosotros, como creyentes, tenemos la promesa de la presencia constante de Dios y su guía en nuestras vidas.

Continué explicando que nuestra fe no es una negación de las realidades difíciles de la vida, sino una afirmación de que Dios está con nosotros en medio de ellas. A través de las Escrituras, vemos ejemplos de personas de fe que enfrentaron grandes desafíos y, sin embargo, se mantuvieron firmes en su confianza en Dios. Esta confianza no proviene de nuestra propia fuerza, sino de nuestra relación con Dios y de conocer su carácter.

Profundicé en la importancia de la oración y la comunión con Dios, enfatizando que es a través de nuestra relación íntima con Él que podemos encontrar la paz y la seguridad que el mundo no puede ofrecer. La oración no es solo una práctica religiosa, sino una conversación continua con nuestro Creador que nos transforma y nos prepara para enfrentar cualquier circunstancia con valentía y sabiduría.

Además, hablé sobre la importancia de la comunidad de creyentes en tiempos de incertidumbre. La iglesia no es solo un lugar para adorar, sino una familia de apoyo donde podemos llevar las cargas de los demás, animarnos mutuamente y crecer juntos en la fe. Esta comunidad es vital para mantenernos firmes en nuestra fe y para recordarnos las promesas de Dios cuando las dudas intentan invadir nuestros corazones.

Finalmente, concluí con un llamado a la acción, instando a la congregación a vivir con esperanza y determinación. Aliento a cada uno a ser un faro de luz en un mundo oscuro, compartiendo el amor y la verdad de Dios con aquellos que enfrentan la incertidumbre sin la esperanza que tenemos en Cristo. Nuestra seguridad en Dios nos capacita para ser agentes de cambio y consuelo para los demás, reflejando la certeza de nuestra fe en nuestras palabras y acciones.

Para no olvidar...

1) La incertidumbre es una constante en la vida, pero como hijos de Dios, tenemos una fuente de certeza que trasciende las circunstancias. Esta certeza se basa en el carácter inmutable de Dios y su fidelidad a lo largo de la historia. Al recordar quién es Dios y lo que ha hecho, podemos enfrentar el futuro con confianza, no porque sepamos lo que sucederá, sino porque sabemos que Dios está con nosotros. 

2) Nuestra fe no es una ilusión que ignora la realidad, sino una confianza que se arraiga en la verdad de Dios y se manifiesta en la forma en que vivimos. La fe genuina se pone a prueba en los momentos de incertidumbre y se fortalece a través de las experiencias de la vida que nos enseñan a depender más de Dios y menos de nosotros mismos. 

3) La oración es esencial para mantener nuestra fe en tiempos de incertidumbre. No es simplemente un ritual, sino una comunicación vital con Dios que nos sostiene y nos guía. A través de la oración, somos transformados y equipados para enfrentar cualquier desafío con la sabiduría y la paz que solo Dios puede proporcionar.

4) La comunidad de creyentes es un pilar de apoyo en nuestra caminata de fe. En la iglesia, encontramos hermanos y hermanas que nos ayudan a llevar nuestras cargas, nos animan y nos recuerdan las promesas de Dios. Esta comunión fortalece nuestra resolución de permanecer firmes en la fe, incluso cuando las dudas surgen. 

5) Vivir con esperanza y determinación es nuestra respuesta a la incertidumbre. Estamos llamados a ser luz en la oscuridad, llevando el amor y la verdad de Dios a aquellos que aún no tienen la esperanza que encontramos en Cristo. Nuestra seguridad en Dios nos impulsa a ser agentes de cambio, mostrando la certeza de nuestra fe a través de nuestras acciones y palabras.